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martes, 18 de noviembre de 2008

CUENTO PREMIADO CERTAMEN Dr WERNER OVALLE LÓPEZ COLEGIO DE MÉDICOS Y CIRUJANOS DE GUATEMALA

“La Carta Secreta y el Caballo de Tres Patas”
Por: Pablo Alejandro Solórzano.

Tenía 3 años y quería seguir soñando, cuando corriendo por las escaleras, Claudio nuestro capataz por ellas subía; a la habitación de mi padre se dirigía, yo entreabría los ojos para que la oscuridad del sueño se disipara:
- Patrón, patrón – a la puerta Claudio llamaba – ya nació, es una bella niña.
- Son las 2 de la mañana, Claudio – mi padre bostezaba el sueño lo consumía – hubieras esperado a contarnos mañana, pero sabes, me voy adecentar un poco y enseguida te acompañamos Rosa y yo.
Mi padre su bata color vino tinto se colgó, a mi madre él despertó; ella también su bata se colgó y para no dejarme solo, por mí llegó; salimos de nuestra casa, cruzando el oscuro patio de la hacienda, cerca de donde estaba un enorme portón de acero forjado, se hallaba un pequeño ranchón, era la casa de Claudio nuestro capataz, su esposa Irma y un nuevo ser que a este mundo venía; mi padre después de frotarse las manos la puerta tocó; Claudio con una sonrisa de oreja a oreja abrió la puerta:
- Entre patrón, esta es su morada – Claudio dijo con lágrimas.
Mi padre, mi madre y yo en sus brazos a Irma nos acercamos, y a pesar de todo y aunque muchos digan que no es cierto la recuerdo; ahí la ví por primera vez; era tan dulce, tan frágil, esa noble criatura; no puse interés alguno en lo que los mayores en esa habitación decían, solo me dediqué a ver algo nuevo que aparecía en mi vida; hasta que en mi novel vida escuché lo que fue la respuesta a una pregunta que de mi inocencia en mi mente hacía “¿Acaso los ángeles tendrán nombre?”:
- Luna – doña Irma con serenidad eso a mis padres decía – así se llamará mi dulce hija, como la luna que esta noche ilumina – suspiro y dijo – Luna García, así será.
Luna, para mi mente ahora un nuevo ser había; nació un 11 de mayo, en una noche que para la costa marquense se sentía fría; y así esta historia crecía.
- ¡Gonzalo! Apúrate que el desayuno se enfría – mama Carmen a mí me llamaba para que a la mesa llegará, ya todos habían desayunado en la hacienda de los Guevara Pivaral, mi dulce mama Carmen, madre de mi madre un dulce plato de avena me servía, y un jugo recién exprimido del fruto del naranjo que gallardo en el patio crecía; y cuando a la mesa me disponía, ella con un abrazo me recibía, y su amor a mis 10 años ya sentía; me senté cuando una voz en el silencio de un gran comedor rompía, era Luna, que junto conmigo ella siempre comía; saludó a mi abuela y ella con el mismo cariño que me tenía la abrazaba, y con dulzura junto a mí a la mesa sentaba:
- Hoy que vamos a hacer – con su tierna mirada fija en mí, me preguntaba.
- La verdad no lo sé, pero comamos y después jugamos – con comida en la boca creo que entendió muy bien mi mensaje, y así dos infantiles figuras de vigor con un potente potaje de avena se llenaban.
Aseamos nuestros dientes, y dispusimos a jugar en el imponente vestíbulo que mi bisabuelo al llegar a El Tumbador, San Marcos; proveniente de Cantabria con descomunales cantidades de dinero construyó y un imperio de café aprovechó; en este vestíbulo, descansaba una imagen negra como la noche, y brillante como el más claro resplandor de una chispa enceguecedora en un claro oscurecido por un manto de nocturnidad, Luna se acercaba con miedo; al ver la bestial imagen que del primer piso se elevaba hasta la mitad del segundo; era un caballo negro, erguido en sus patas traseras; pero mi padre dice que le falta la pata delantera derecha porque el escultor no calculo bien y el bloque de mármol negro traído desde canteras italianas, claro por el capital monetario que mi bisabuelo poseía; no le alcanzó la pieza y el pobre animal sin una pata terminó; pero igual no dejaba de elevar el ego de mi padre, él siempre me dijo que el caballo representaba el poder y la influencia que mi familia poseía; yo no le miraba el poder ni aunque la descomunal figura tuviera escrita la palabra encima.
- Luna ¿por qué tienes miedo? – decidí a despejar las dudas, por qué sentía miedo al ver al caballo.
- Sus ojos, son feos rojos como la sangre – era cierto los ojos del caballo eran rojos, ahora me los imagino salidos de una imagen misma del averno.
- No le tengas miedo, vas a ver que lo domamos y va a ser nuestro manso corcel – con una picara sonrisa le dije eso, y ella vió en mi rostro un juego nuevo que mi mente apenas creó; empezamos, nos subimos, una sensación fría transmitida por el mármol, por nuestras piernas se movía; el cariño que por Luna sentía me motivaba a hacerla sentir segura, no solté su mano ni por un momento, era amor lo que mi mente joven y corazón de niño sentía; la negra escultura empezó a temblar; en ese momento decidimos bajarnos y terminar por ese día nuestra aventura.
A la hacienda un día mis primos llegaron, Sergio y Luís, de 11 y 10 años, hijos de tía Elena, hermana de mi padre con ganas de molestar llegaron, es hora de jugar, decían, corrieron y vieron a Luna jugar con una muñeca, regalo que su padre le había hecho; se la arrebataron y corrieron más, y la muñeca entre ellos se lanzaban; al verme enojado empezaron a decir: “Chalo, te crees héroe, ve por la muñeca” lanzaron la muñeca y se quedo trabada en la cabeza del caballo de tres patas; al ver a Luna llorar, decidido, empecé a escalar la escultura; la estatua se empezó a mover, llegué y alcancé la muñeca, la agite en el aire en señal de victoria, mientras descendía con el premio obtenido, mis primos movieron, las estatua, cuyo equilibrio el escultor no precavió, y conmigo la estatua cayó; era el fin del caballo de tres patas, mis primos huyeron del hecho, me quedé solo parado en silencio, después del estrepitante estallido de destrucción. Todos llegaron movidos por el sonido que mato el silencio y desapareció los acordes de la reflexión.
- ¡No puede ser, no puede ser! – mi padre gritaba, preso de la desesperación, su orgullo se había resquebrajado en un millón de pedazos; se tumbo de rodillas en el suelo, y con sus manos levantaba pedazos de su impetuoso orgullo; camine hacia él, quise consolarlo en su desolación, puse mi mano en su hombro, él al sentirme me abrazo, y su llanto siguió. Cuando él se levanto, Luna salió corriendo y en mis manos la pequeña muñeca se quedó.
Nadie vió nada, más que los cuatro actores que formamos esta historia, nadie habló; Claudio quería saber que paso y a Luna interrogó; al saber la verdad y al ver la reacción de mi padre; nuestro buen capataz decidió irse sin decir nada a nadie; se fue en la madrugada, mi madre, mi mama Carmen y yo dormidos, mi padre meditabundo en lo sucedido un whisky bebía, nadie se dio cuenta; esa tarde fue la última vez que miré a Luna, y ella su muñeca conmigo olvido.
Pasó el tiempo dos años y me fui lejos a estudiar, a Londres, tenía los medios para irme y me fui, doce años tenía; y trece años después regrese, aprendí el idioma y me gane un respetable acento, que cuando otras ingleses me oían, pensaban que venía de Surrey, pequeño pueblo de la campiña londinense, donde se cree, es cuna de esta lengua, mezcla del celta antiguo y el anglosajón; nadie suponía a excepción de mi físico que yo no era inglés, pasé de un internado, Saint Jones a las afueras de la villa real, Kensington, a estudiar ingeniería en Oxford, que es considerada una de las mejores universidades de Inglaterra, allí aprendí a tocar la guitarra con un español, creo que Román era su nombre; no fui muy expresivo con mi familia de las pocas cosas que hice por ellos mientras estuve lejos fue mandarle a mi padre un pequeño caballo negro de plomo, le quite la pata derecha, mi padre lloró al recibirlo, como yo lloré cada día sin saber de Luna, viendo únicamente su muñeca; igual regresé mi familia me esperaba, vine a enterarme que mama Carmen llevaba 6 años de muerta, no me dijeron nada para no interferir con mis estudios, cuando pregunte por Luna, nadie sabía de ella; me quedé con el vacío, que dejaba el saber de ella; la extrañaba como el desierto aprende a extrañar las gotas de lluvia, estremecerse contra sus arenas; me dije que terriblemente es estar vivo sin saber de ti Luna. Empecé a trabajar como ingeniero en una constructora en la ciudad de Guatemala, no me costó en lo absoluto conseguirlo; cuando miraron mis estudios no lo pensaron dos veces; me ofrecieron de todo, un apartamento donde vivir, automóvil, una bella oficina dentro de sus instalaciones; lo que me gustaba era que el apartamento quedaba en un edificio muy alto, yo estaba en el piso 15 de 20; mi primer día allí, mire al cielo con la esperanza que a lo lejos, ella miraba al cielo, igual que yo y pensaba en mí, como yo en ella; llegó mi primer día de trabajo, conocí a mi jefe el ingeniero Mario Navas, un joven topando los 30 años, activo; me llevó a su oficina y me dijo: “Sabes que es lo mejor de trabajar aquí, que trabajo con mi esposa, ella es mi secretaria; Luna García”, mi mente se quedó en blanco, que pequeño es el mundo me dije; tome aire y la mire, estaba hermosa, sus ojos claros aposentos de la ternura, sus labios tesoros inmaculados que los santos cuidan, su cabello creando cortinajes castaños que en su ventana guiaban mi mirada a la pureza del cielo impregnado en su rostro; pero que estoy pensando, ya son 15 años de no verla, ¿qué le digo?, pero de nuevo que estoy pensando, ya esta casada; Dios pon en mí, en este momento las palabras exactas que decir, y pasó algo divino.
- Hola, ya tanto tiempo – recuerdo que ese sonido se desparramó en el espacio – ingeniero Gonzalo Guevara Pivaral, ya más de 15 años; que bueno verte aquí, de veras que el mundo es pequeño, ya conociste a mi esposo, sé que se van a llevar bien.
- Luna García – con un suspiro muy leve e insignificante le conteste – en serio ya tanto tiempo, 15 años, 2 meses y 10 días; no me lo vas a creer pero he contado cada día – decidía mentirle, es decir si conté los días para volver a verla; pero le dije – porque son los días que mi padre me recuerda lo de aquel caballo, te recuerdas.
- Cierto – cuando ella dijo eso Mario me llamó y deje de hablar con ella – te llaman, fue un verdadero gusto, volver a verte.
- El gusto y la dicha son mías – le dije y me fui; decidí volver a mentir, le dije a Mario, que no me sentía bien, me fui a mi apartamento, lloré; que sensación más irracionalmente fea, porque ella nunca me dio motivos para estar así, aprendí a amarla aunque solo fuera su recuerdo; no sabía que hacer, una carta, hice una carta; me dije a mi mismo algún día llegará el momento ideal para entregársela; seguí trabajando, pero tan extraño y tan terrible es a veces el destino, mi oficina tenía una innecesaria panorámica del vestíbulo donde ella trabajaba, la miraba hipnotizado, no podía sacar de mi cabeza la idea de que ella estaba allí cerca de mí y no pudiéramos estar juntos como en nuestra infancia; que tonto y que absurdo pensar, terminaba mi trabajo y en mi apartamento tomaba el alcohol como acompañante, todos los días, y día tras día; para mí con unas tres copas de whisky, era suficiente para terminar tirado, y soñaba con ella, y sin darme razones, y ella sin saberlo, ese es el trajín de todos mis días. La carta se quedó guardada junto a la pequeña en mi portafolios ; pasaron tres años más y la carta a su destinatario no llegaba; me mandaron al campo a trabajar, gracias a Dios trabajo había, y me fui con Mario, que para ese entonces más que mi jefe, se había vuelto un gran amigo, me costaba verlo a la cara, sentía vergüenza de amar a su esposa; como dicen “amor en silencio”; un día nos echamos unos buenos tragos, en una aldea allá por Sololá, estábamos construyendo un puente, y él me dijo algo en medio de su borrachera, algo que mi borrachera no permitió que me olvidara:
- Vos, Chalo; sabes mano mi mujer me platica mucho de vos – se pausó, porque se estaba ahogando con su saliva – si me pasará algo, cuídala; te la confío solo a vos – en ese momento se pauso de nuevo, se recostó en mi hombro y vulgarmente se cuajó; en ese momento toqué su hombro, sentí alivio que me dijera eso, en serio, alivió en pequeña manera lo que sentía; pasaron los días y la lluvia empezó, pero teníamos que entregar la obra, estábamos sobre tiempo; y lo que a veces hacía que mis sentimientos pelearan sucedió; un derrumbe y en el mi jefe, mi amigo y hasta cierto punto mi enemigo, bajo la tierra quedó; corrí por el lodo, una pala llevé; conmigo los trabajadores empezamos a excavar, a los 20 minutos un grito se escuchó: “Es el ingeniero, apareció”, al viento lancé mi pala; “Denme espacio” a todos gritaba, Mario estaba vivo; lo sujete, él entreabriendo los ojos me miró y del cuello me agarró:
- Chalo, como son las cosas – era una figura gris hablando bajo la lluvia; todos esperábamos lo peor, su semblante eso nos indicaba – hace poco hablábamos de esto – tosió y de su boca esto con sangre brotó – cuídala por mí.
Nadie, dijo nada, nuestras lágrimas se entremezclaban con la lluvia nuestro jefe y amigo murió; no tuve el valor de darle la noticia a Luna, ni de lo que Mario me había solicitado hacer; un trabajador le dio la noticia que Mario su esposo murió, ella se derrumbó a su trabajo renunció; al momento de enterrarlo, se alejó de todos y se alejó de nuevo de mí. Otros tres años pasaron, hasta que la volví a ver, regresó a la constructora, buscando trabajo; se había ido a vivir con sus padres, las cosas empeoraron cuando ellos murieron en un accidente hacía tres meses, don Claudio y doña Irma que buenas personas eran; regresó buscando trabajo; ahora yo era el jefe, no se lo negué, y así como así; ella había regresado a mí, para mi fortuna estaba disponible la plaza de mi secretaria; pero en sí, algo muy profundo en mí me decía que no era el momento de darle la carta.
- Quiero un café con dos cucharaditas de azúcar y un volován – ella eso ordenó, la había invitado a un café; ya hacía dos meses que ella laboraba para mí – y tu Gonzalo, que vas a pedir.
- Yo solamente un café y un cubilete – el camarero se retiró, y le pregunte a Luna – bueno al fin solos ¿de qué querías platicar conmigo?
- Hace un mes conocí a alguien, Rubén; es abogado, y la verdad me ha tratado, de lo más lindo; casi como tú – la verdad en ese momento presentía lo que iba a venir – y me ha dicho que me quiere, le dí su oportunidad y ahora nos vamos a casar – aquí sentí el corazón echó pedazos, pero no era el momento para dar mi carta – y lo pensé y le dije que sí; como Mario te tenía mucho aprecio, te quiero pedir que seas nuestro padrino.
- Claro que sí – tragándome mis ganas de decirle lo que en verdad sentía – es un honor, y no sabes lo feliz que me hace, el saber que te estas levantando después de lo que paso.
- En serio muchas gracias – me abrazó y creo que ella no observó que en ese momento una lágrima rodaba por mi mejilla. Esa noche fue de decepción, procure no derrumbarme, de nada me sirvió; bebí cuanto botella encontré, y caí en un profundo sueño; me desperté a la mañana siguiente, me dolía demasiado la cabeza; decidí descansar y por la tarde ir a trabajar; pero no contaba con que la cabeza me seguía doliendo, empezó a llover y como me dolía la cabeza, tomé un taxi rumbo al trabajo; llovía y llovía, el taxista llevaba en la radio un programa, no le había prestado atención; hasta, que escuché esto: “En serio, hay que levantarse y dejar de ver la costa siempre; porque sino, nunca seremos capaces de descubrir otros océanos, hay que tomar el riesgo”; en ese momento saqué de mi portafolio, la carta que era para Luna, la leí, mi ojos se llenaron de lágrimas; le dije al taxista que me llevará a la casa de Luna; él me contestó que llegaríamos muy tarde, por el tráfico, y por el clima; yo le conteste que no importaba; leí y leí, una y otra vez la carta; hasta llegar a su casa, me bajé y la lluvia caía con fuerza, toqué el timbre, ella salió por la puerta y me gritó:
- Gonzalo ¿Qué haces aquí con esta lluvia? – en ese momento me acerqué y tomé el riesgo, la besé, mis labios al fin sintieron la gloria escondida en sus besos; ella me empujó – ¡Qué tienes, qué piensas!, él esta aquí, Rubén.
- Sabes, he venido hasta aquí – saque la carta y la muñeca del bolsillo de mi chaleco – porque llevó 21 años, 4 meses y un día; lamentándome el no decirte lo que siento, por ti; te perdí todo ese tiempo, desde que le caballo de tres patas se quebró; solo tenía tu recuerdo y tu muñeca para no dejarme sucumbir de momentos; te amo, y en esta carta – ella lloraba al verme así, en la puerta una imagen nos observaba – te digo esto; que te amo sin razones, porque nunca me las diste, amó tu recuerdo, amo el saber que te conocí desde el día en que naciste, amo el misterio que envuelve todo el tiempo de no saber donde estabas; así te amo, no sé el porque, ni el donde; te amo directamente, y no quiero volver a saber; que puedo llegar a perderte de nuevo – en ese momento perdí todo valor y salí corriendo, en la calle quedaron empapándose una carta secreta y una muñeca; no miré a atrás.
- Y de ahí ¿qué fue lo que paso? – me preguntaba una voz en él público; que a mi concierto en un pequeño café llegó.
- Bueno, de lo poco que sé; es que ella se casó, tuvo hijos, espero que sea muy feliz; yo también me casé tuve hijos y gracias a Dios soy muy feliz – con mi guitarra a la mano, y frente a ese público esto decía – y a mí esposa, Luna que es mi admiradora número uno, y a Marito nuestro hijo; les dedico mi canción “A esa luna”, y quiero decirte, mi amor, gracias por correr tras de mí, bajo la lluvia, a 21 años, 4 meses y un día; que el caballo de tres patas murió, para dar vida a nuestro amor.
FIN

1 comentario:

  1. Sé muy bien lo q significa Luna para tí no es un nombre son sus iniciales, d nuevo t digo olvídala, Pablito, en serio tu eres un regalo d Dios; ella no t valoró, tu eres increíble, en serio olvídala; solo te haces mucho daño en serio muchísimo daño al recordarla.

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